Retrato GDC
Fernando García de Cortázar.  Fuente: elmundo.es

 

«PLANES es un pueblo pequeño, situado al norte de la provincia de Alicante, que no alcanza los mil vecinos, con hermosos campos de cerezos y almendras, y un paisaje de acantilados y barrancos, entre cuyos juncos y adelfas se escucha el canto del agua. Tierra morisca de donde fueron expulsados sus esforzados labradores en 1609, cuando el duque de Lerma decidió liquidar de España los últimos vestigios del islam. Entonces la balada del agua se mudó en llanto para despedir a aquellos buenos guardianes del regadío, de los que se desconfiaba por sospechar que en sus hogares, con las cortinas echadas, elevaban sus plegarias a Alá.

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No tiene ya Planes memoria de aquellas penalidades, pero sí, tras largos años de olvido y oquedad, de su hijo más universal: Juan Andrés. El cultísimo jesuita, admirado por Goethe y reclamado –sangrante paradoja– por Carlos III para que regresara a España, de donde había sido arrancado con sus compañeros de orden en 1767, volvió el año pasado a la tierra que le vio nacer gracias al trabajo impagable de Pedro Aullón de Haro y su grupo de investigación Humanismo-Europa. Y lo hizo para cumplir el deseo de Dante en el canto 25 del Paraíso: “en la misma fuente en que fui bautizado recibid los laureles de poeta”. En su caso, no ya de poeta, sino de sabio ilustrado, la cumbre más alta del humanismo europeo del Siglo de las Luces, el monumento más glorioso de la alianza del saber clásico y la cultura moderna. No lo sabían los vecinos de Planes, que el día de la celebración del bicentenario de su muerte escucharon atónitos y emocionados las revelaciones del catedrático de Toulouse Pérez Bazo. Pero aún peor, tampoco lo sabían los mismos jesuitas, que desconocían el lugar de su tumba en Roma y poco o nada habrían oído hablar del erudito de Planes o de su exilio intelectual en tierras italianas, de un fulgor inigualable.

Aunque el emperador filósofo Marco Aurelio escribiera “la vida es una guerra y un exilio, la fama póstuma es olvido”, hay omisiones injustificadas que no son solo indolencia y descuido, sino pura parcialidad y sectarismo. A pesar de los silencios que ha sufrido, hoy se empieza a reconocer que la Escuela Universalista del siglo XVIII, compuesta fundamentalmente por intelectuales jesuitas expulsados de España por Carlos III, es n hecho de primera magnitud en la historia del pensamiento. Cuando se ha venido escribiendo que apenas había existido una Ilustración española, sobre todo si se la compara con la francesa o la alemana, las investigaciones actuales obligan a afirmar que ciertamente la hubo y muy potente. Esta Ilustración, humanista, científica y cristiana, esta Ilustración tan española de cambiar las cosas desde dentro, llegó donde nunca alcanzó a acceder la mera Ilustración política: abordó al hombre en su universalidad, en su caminar por la historia, en su irrefrenable afán de perfección y excelencia.

Es cierto que la historia es una marea que todo lo devora. Lo que hay bajo sus aguas son muchos espinazos rotos, muchos olvidos, muchos sueños extenuados. Ese ha sido el destino también de la ciclópea obra de Juan Andrés, que para su desgracia fue a la imprenta en una época en que empezaban a apagarse las luces de la Ilustración y venía empujando fuerte el Romanticismo con su feroz subjetivismo, su desprecio de las normas clásicas y su exaltación de los sentimientos y las tradiciones nacionales.
Está por hacer la crítica de la Enciclopedia francesa, la denuncia de sus plagios y deficiencias, pero no desconocemos su capacidad de influencia y hasta dónde pudo llegar con su aparato propagandístico repartiendo honores y lanzando dicterios. En el mismo arranque de la obra Diderot pontificó que un hombre solo no podía escribir la historia universal de las ciencias y las letras. Mal que les pesara a los enciclopedistas, fue eso precisamente lo que hizo Juan Andrés en su monumental Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, obra que lo convierte en el padre de la historia comparada de las ciencias y las letras. Y desde la misma ansia de universalidad trabajaron sus compañeros de religión y exilio: Hervás y Panduro, creador de la lingüística moderna, el matemático Antonio Eximeno, autor de una teoría revolucionaria de la música, y una treintena larga de intelectuales que, siguiendo el consejo de san Agustín, buscaron al hombre y su peripecia para encontrar a Dios».

Fernando García de Cortázar

(Extracto de la última obra del historiador Fernando García de Cortázar –Viaje al corazón de España, Madrid, Arzalia, 2018, pp. 799-801– sobre Planes, Juan Andrés y la Escuela Universalista Española)
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