La ESCUELA UNIVERSALISTA define uno de los momentos mayores de la cultura hispánica y, en general, del humanismo moderno. Ello por significar el establecimiento de una Ilustración española tardía y madura, de fuerte y característica tendencia intercontinentalista, americanista e incluso filipinista y asiática, mucho más científica y humanística que política, o que su idea política apenas fue otra que la involucrada en la ciencia y sus posibles repercusiones. Es decir, el progreso sociopolítico ha de ser el fomentado por el progreso de la cultura y de la ciencia orientadas al bien común. Este último factor, unido sobre todo al del exilio y una inadecuada articulación de las investigaciones, ha dado lugar al muy retrasado reconocimiento y reconstrucción de esta Escuela sin embargo imprescindible para el fundamento y coherencia de la cultura moderna. Se trata de una Ilustración progresista y no rupturista ni preconizadora de violencia alguna; una Ilustración tardía y madura, de radical sentido empírico además de cristiano, asentada en una concepción integradora e histórica del hombre, el mundo y el saber. Esto es, una Ilustración fundada en el mantenimiento de la tradición humanística de origen clásico al igual que en la constitución de una ciencia moderna, extendida y globalizadora.
La Ilustración universalista ofrece resolver por superación radical y confluyente dos problemas muy distintos, uno hasta cierto punto limitadamente histórico y otro epistemológico, ambos de agudizada prolongación contemporánea. El tratamiento del problema histórico consistió en la proposición de un camino de salida al parcialismo sociopolítico cuya progresión unilineal pudiérase interpretar que desgraciadamente continuó caracterizando la praxis política a partir de 1917 y de algún modo los desastres del siglo XX. Por su parte, la propuesta de resolución al problema epistemológico consistió en el desarrollo y culminación de la lógica disciplinaria, es decir llevar a término la totalización historiográfica, científica y lingüística universalista del objeto. Esto frente a la que pronto se comprobó opción desmembradora subsiguiente y triunfante, la de los nacionalismos en su modo decimonónico restrictivo y de orientación excluyente constituido característicamente en Historias de la Literatura nacional. La Escuela Universalista adquiere especial significado como ejemplo ante los graves problemas del actual proceso de Globalización, azarosamente establecido a través de la inercia de los mercados, la comunicación electrónica y la depredación cultural.
La Escuela Universalista Española, provista tanto de precedencias como de consecuentes muy relevantes, constituye la creación de la Comparatística moderna en culminación de un largo proceso que arranca de la antigua tradición clásica, ello sobre todo gracias a las obras historiográfica de Andrés, lingüística de Lorenzo Hervás y musicológica de Antonio Eximeno. En su conjunto fundamental configura una nutrida corriente que integra una treintena de figuras intelectuales, algunas célebres, lo que no quiere decir bien estudiadas, en ocasiones apenas atendidas o desconocidas a día de hoy por la crítica. Entre ellas Joaquín Camaño, Miguel Casiri, Antonio José Cavanilles, Francisco Javier Clavijero, Juan Bautista Colomés, Juan de la Concepción, Juan José Ruperto de Cuéllar, Raimundo Diosdado Caballero, José Lino Fábrega, Pedro Franco Dávila, Bernardo Bruno de La Fuente, José Jolís, Antonio Ludeña, Pedro José Márquez, Joaquín Millás, Juan Ignacio Molina, Juan Bautista Muñoz, José Celestino Mutis, Juan Nuix de Perpiñá, Antonio Pinazo, José Pintado, Buenaventura Prats, Vicente María Requeno, Juan Clímaco Salazar, Juan Antonio de Tornos, Eduard Romeo von Vargas Bedemar…, los tardoilustrados Benet Viñes, Federico Faura…, sus discípulos José María Algué y Miguel Saderra Masó, prolongación de la subescuela meteorológica.